Los Reyes Magos…¿La primera gran mentira o una gran ilusión?

Bondades y perjuicios de la ficción más dulce.

¿Es ético engañar a los niños? Cuando era más joven me planteaba este dilema y por aquel entonces lo tenía bastante claro: yo no voy a engañar a mis hijos. Recibirán sus regalos, pero sabrán de dónde vienen y quién los puso ahí.
Pero cuando los hijos llegan, las cosas se ven de otro modo.
Revisando mi propia experiencia vital; cuando no podía dormir y me traían una tila a la cama porque los nervios me encogían el estómago; pienso en lo dulce de aquella sensación. Tener la certeza de que tres desconocidos, con sus tres camellos, en algún momento de la noche cogerían el ascensor, entrarían en nuestra casa, leerían mi carta con una copa de coñac y los últimos polvorones y regresarían al lejano Oriente no sin antes haber dejado sus regalos; era tan emocionante que no quisiera privar de ello a mi hijo. En mi caso, mis padres eran de aquellos que se esforzaron especialmente en mantener la ilusión, engalanando la ficción hasta el límite de pintarse los labios de marrón y dejar la marca en el vaso (¡como si Baltasar destiñese!) o volcando el cubo vacío que dejábamos para los camellos en la cocina. ¿Cómo no me lo iba a creer?
Pero al crecer, algunas piezas dejan de encajar y comienzan las preguntas. Preguntas, por cierto, para las que mis padres siempre tenían una respuesta: ¿por qué Baltasar está pintado? Porque es de mentira. ¿Por qué toda la gente está comprando juguetes? Porque hay muchos cumpleaños. ¿Por qué está la cabalgata en la tele y por nuestra calle está pasando otra cabalgata? Porque tienen ayudantes. Por qué, por qué, por qué. El pensamiento lógico comienza a abrirse paso y los cimientos de la ficción se tambalean.
Y entonces, hay que decir la verdad; porque lo que habíamos contado, hasta el momento, era una mentira. Podemos llamarlo juego o teatro, eufemismos, más amables; pero en el fondo, sigue siendo una mentira, una gran mentira.
Muchas personas defenderán que con esta fiesta disfrutamos todos, participando en la ilusión de los niños; y que lo que viene después, al cabo de unos años, cuando se destapa la liebre, tampoco es tan dramático. Es un hecho que la decepción existe, pero en la mayoría de los casos, no va más allá de caras largas y algún reproche. Ilusión = 1 , Decepción = 0
Otras muchas personas, me atrevería a decir, cada vez más, ven en el juego una mentira. Y una mentira gorda. Si partimos de que el niño confía en nosotros ciegamente; jugar al juego de la mentira de los reyes significa aprovecharnos de esa confianza, cometer un exceso y quebrantar las leyes del respeto. Lo que viene después de las miguitas de polvorón sobre la mesa que a los reyes se le olvidó recoger, es bastante más importante; y aunque no nos pueda parecer tan dramático a los ojos del adulto, podría ser experimentado como un fraude: “Todo el mundo me ha engañado”. El alcance de este sentimiento dependerá de la capacidad de relativizar de los adultos. Quizás, es que a los adultos muchas de las decepciones y frustraciones infantiles no nos parecen tan dramáticas. Así, desde este punto de vista, Ilusión = 0, Decepción = 1.

Por mi parte, sin entrar en el origen judeo-cristiano de la tradición y su cabida en una sociedad laica (considero que el mito de los Reyes Magos está incorporado en el imaginario colectivo) creo que la magia que tiene esa noche es innegable. El teatro está tan eficientemente coordinado y la complicidad entre los adultos tan desarrollada, que no formar parte del juego resultaría extraño. Hasta aproximadamente los 6 o incluso los 7 años, el pensamiento mágico predomina en las cabecitas infantiles y es estimulante, alentador y saludable emplear recursos fantásticos; que además de desarrollar la creatividad de los niños, les servirán de refugio de la cruda realidad. Desde esta perspectiva, los Reyes Magos, Garbancito o el ratoncito Pérez están al mismo nivel. Cuando en un pasacalles se para a nuestro lado Bob Esponja, el niño de 3 años no está pensando en que hay una persona debajo “pero fíjate qué bien que está hecha la goma espuma que parece de verdad”, sino que cree firmemente que está saludando al mismísimo Bob Esponja. En ese momento, a nadie se le ocurre romper la magia…¿Por qué habría que hacerlo con los Reyes?
Para mí, la diferencia está cuando surgen las preguntas. El niño duda, y cuando duda, creo que hay que contarle la verdad. En mi caso, creo que todas aquellas respuestas bienintencionadas pero visiblemente apuradas, estuvieron de más. Quizás trataron de prolongar lo improlongable, resistiéndose a que me hiciese mayor; pero cuando me enteré y me requeteenteré, me quedé con cara de póker y sí, ciertamente, me sentí defraudada unos cuantos días. Probablemente no tuvo más importancia, aunque no me atrevería a afirmar que en todos los casos pudiera ser igual. Pero…¿cómo lo contamos? ¿cómo podemos hacer que el chasco sea menor? Creo que la delicadeza y el respeto, ante las primeras dudas, pueden evitar males mayores: hacer a los niños partícipes del secreto e invitarles a intercambiar regalos o hablarles de cómo otros personajes llevan regalos en el resto del mundo son estrategias que permitirán al niño ir asimilando la verdad sin conflictos.
En todo caso, el hecho de que escojamos una u otra alternativa es una opción personal y familiar y la fiesta, debería poder seguir siendo disfrutada por todos los niños; las tilas en la cama podrán seguir estando ahí, y la ilusión manteniéndose viva de igual manera. El secreto estará en cómo, los adultos, vivenciemos y preparemos esa entrega de regalos, para que en nuestra casa, sea como sea, la noche de reyes continúe siendo la más especial y esperada.
¡Felices Reyes!

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3 Comentarios

  1. María José (la malagueña) 9 diciembre, 2012
    • Violeta 9 diciembre, 2012
  2. Silvia López 9 diciembre, 2012

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